La danza de las abejas



LA DANZA DE LAS ABEJAS

Por Nelso A. Torresi

Si bien ya Aristóteles había observado y descripto, tal vez por primera vez, las danzas de las abejas, y desde aquel lejano entonces muchos otros lo hicieron, no fue sino a comienzos de este siglo en que el zoólogo Karl von Frisch, premio Nobel de Medicina 1973, le dio el verdadero significado e interpretación.

En experimentos de adiestramiento de abejas para determinar el sentido de los colores mediante platillos con alimentos colocados sobre láminas cromáticas, Karl von Frisch había observado que no bien una primera abeja descubría el alimento, rápidamente iba a “buscar” a sus compañeras de la colmena, las cuales acudían cada vez en mayor número. ¿Habían, por lo tanto, las primeras abejas que encontraron el alimento comunicado su hallazgo a las demás? Y si así fuera, ¿de qué manera lo harían? Para dilucidar estos interrogantes era necesario ver lo que ocurría dentro de la colmena. Evidentemente en una colmena corriente esto no es posible, pero sí en una de observación con paredes transparentes, en donde fácilmente pueden verse las abejas que entran en el interior de la misma. La mañana del 25 de julio de 1919 quedó revelado este interrogante. Karl von Frisch observó que no bien una primera abeja encuentra el alimento, succiona hasta llenarse el depósito gástrico, retorna a su colmena, trepa agitadamente hasta lo alto del panal, se detiene de vez en cuando para entregar alimento a otras abejas, y como si fuese presa de un frenético ritual, comienza a ejecutar escenas que según las propias palabras de von Frisch, son “tan curiosas y fascinantes que uno despera de podes describirlas con secas palabras”.
Entones, la abeja recolectora comienza a ejecutar una danza. Esta danza, conocida como “danza circular”, provoca una viva excitación en las abejas que se encuentran próximas a la danzarina. En rápido movimiento describe una serie de círculos sobre el panal en el cual se encuentra. La abeja danzarina ejecuta uno o dos giros en una dirección para luego detenerse y rápidamente comenzar a girar en sentido opuesto . Esto dura algunos segundos, medio minuto y aún más. Luego se aleja del lugar para repetir igual ceremonial en otro u otros puntos del panal o de la colmena. Después sale nuevamente de la colmena para retornar al lugar del alimento y volver a la misma con una nueva carga y efectuar otra vez las mismas operaciones. Tan frenética es esta danza, que apenas la abeja comienza a ejecutarla, rápidamente excita a las que se encuentran próximas a ella. Éstas comienzan a seguirle tratando de poner en contacto sus antenas con el abdomen de aquélla, de manera que la abeja propagandista arrastra tras de sí a un séquito de abejas que la siguen en su danza.
¿Qué significa esta danza circular? Obviamente vemos aquí que se ha trasmitido una verdadera información a la colonia. Pero, ¿qué tipo de información? Si observamos a algunas de las abejas que han seguido la danza, vemos que inmediatamente después se precipitan a la piquera y salen volando hacia el lugar del alimento. Luego regresan nuevamente a la colmena con sus depósitos gástricos llenos y efectúan a su vez la curiosa danza. No queda ninguna duda ahora de que aquí se ha informado sobre el hallazgo de una fuente de alimento.
Pero, ¿cómo saben las abejas “informadas” adónde deben buscar dicho alimento? En un primer momento se pensó en la posibilidad de que las abejas que han presenciado la danza salen tras la danzarina y la siguen hasta el lugar del alimento. La experiencia demostró luego que esto era inexacto. En realidad las abejas que fueron informadas del hallazgo no saben “a ciencia cierta” adónde se encuentra el objetivo. Solamente saben, mediante la danza circular, que deben buscar en los alrededores de la colmena. Y, efectivamente, esto es lo que hacen. Pero entonces, si esto es así, ¿cómo encuentran el alimento? La respuesta es ésta: se guían por el aroma específico que han percibido y retenido durante la danza mediante el contacto táctil y olfativo con el cuerpo de la danzarina impregnada con el aroma de las flores que han visitado y del néctar y/o polen que han recogido. Esto en el caso de una fuente natural de alimentos. Si fuese una fuente artificial  inodora, como por ejemplo agua azucarada, se guían por el olor de la glándula de Nasanoff que las primeras abejas que llegan al lugar ponen en funcionamiento.
Como se ve, en la penumbra de la colmena se da y se recibe una verdadera información activa sobre la existencia o descubrimiento de una fuente de alimento. Información ésta que, dada la oscuridad de la colmena, se trasmite exclusivamente mediante un lenguaje de señales táctiles y olfativas.
La danza circular solamente suministra información de una fuente de alimento cuando la misma se encuentra cerca de la colmena, vale decir, hasta cincuenta o cien metros de ella.
¿Qué pasa entonces cuando la misma se halla a una distancia mayor? En las primeras experiencias sobre el “lenguaje” de las abejas, Karl von Frisch ofrecía el alimento siempre en las inmediaciones de la colmena sometida a observación, para así poder vigilar simultáneamente lo que ocurría dentro de la misma y el puesto donde se ofrecía el alimento. Sin embargo, cuando en una oportunidad  se había colocado el alimento a algunos cientos de metros de la colmena, von Frisch observó que en las proximidades de la misma el número de abejas que buscaban el alimento era muy reducido, no así el lugar alejado que acudían verdaderos enjambres de obreras. ¿Qué sucedía entonces? ¿Sabían por lo tanto las abejas adónde debían buscar el alimento y a qué distancia de la colmena debían hacerlo? Para contestar a estos interrogantes es necesario ver nuevamente lo que ocurre en el interior de la colmena. Ahora las abejas no ejecutan danzas circulares como cuando se les ofrecía el alimento en las cercanías de la colmena. Pero ejecuta otra danza, más curiosa aún que la anterior. En ésta la abeja describe un semicírculo, vuelve luego al punto de partida en línea recta, describe luego otro semicírculo en otra dirección para volver nuevamente en línea recta al punto de partida y así sucesivamente por algunos minutos. Lo que distingue a esta danza, llamada “danza del coleteo o de meneo” de la danza circular, es precisamente ese rápido movimiento vibratorio del abdomen a uno y otro lado durante el tiempo en que la abeja  efectúa la marcha en línea recta desde el fin de un semicírculo al punto inicial del siguiente. A igual que la danza circular, ésta provoca en las abejas próximas a la danzarina, el mismo vivo interés que producía aquélla.
Cuando von Frisch procedió a colocar el alimento en dos puestos distintos, uno cercano y el otro lejano a la colmena de observación individualizando a las abejas que acudían a ambos puestos y observó el interior de la colmena, entonces vio un espectáculo sorprendente. Todas las abejas que acudían al puesto cercano ejecutaban la danza circular ya conocida, mientras que las del puesto lejano realizaban esta nueva danza del coleteo. Karl von Frisch fue luego alejando poco a poco el puesto cercano del alimento, vale decir que lo iba colocando cada vez a mayor distancia de la colmena. Cuando el puesto estuvo a una distancia de cincuenta a cien metros , las danzas circulares fueron sustituidas por danzas de meneo. A la vez que se hacía esto se iba acercando el puesto de alimento lejano. Cuando éste estuvo entre los cien y cincuenta metros  de la colmena, las danzas de meneo fueron reemplazadas por danzas circulares. Ahora ya no quedaba ninguna duda de que esta danza de meneo es otra expresión del “lenguaje” de las abejas para indicar una fuente de alimento alejada de la colmena. En resumen: tanto la danza circular como la danza de meneo indican una fuente de alimentos, cercana o alejada de la colmena respectivamente. Pero la danza de meneo no solamente indica que hay una fuente de alimento más allá de los cincuenta o cien metros de la colmena, sino que también indica la distancia y la dirección en que se halla dicha fuente. En efecto, von Frisch realizó ensayos con puestos de alimentos a distintas distancias hasta llegar al límite del alcance de los vuelos de las pecoreadoras. El autor pudo comprobar que al aumentar la distancia se ponían de manifiesto ciertas particularidades que permitían establecer alguna relación entre el ritmo de la danza y la distancia en que se hallaba el alimento. Si éste se encontraba a cien metros, la abeja danzaba con rápidos giros. Cuando mayor es la distancia de la fuente de alimento tanto más lenta es la danza. Por ejemplo para una distancia de cien metros las abejas efectúan de nueve a diez recorridos rectilíneos por cuarto de minuto. Si la distancia es de quinientos metros, estos recorridos se reducen a seis en el mismo tiempo. A cuatro o cinco para los mil metros. Dos para los cinco mil metros y sólo uno para los diez mil metros.
Experimentos de diversas clases han reafirmado de que el tiempo de duración de la danza de meneo constituye una señal decisiva de la distancia a que se encuentra la meta. Esta distancia no solamente es indicada por los movimientos de la danza, sino también por un sonido agudo que emite la danzarina durante su meneo en el trayecto recto de la misma. Experiencias más recientes (ESCH, 1964) indican que la frecuencia del sonido emitido durante el trayecto rectilíneo de la danza parece ser el de mayor significación en cuanto a la distancia. Ahora bien, ¿cómo hace la abeja bailarina para calcular la distancia? Y en todo caso, ¿de qué mecanismo se vale para medir dicha distancia? Experiencias diversas indican que la distancia comunicada durante la danza de meneo, no corresponde a la distancia espacial expresada en una medida de longitud de que estamos acostumbrados nosotros, sino al gasto de energía necesaria para recorrer una determinada distancia bajo ciertas condiciones. Vale decir, en términos más precisos, a la energía necesaria para producir un trabajo. Este trabajo, en la abeja cosechera está dado, en primer término por el recorrido en vuelo de la colmena a la fuente de alimento, y en segundo término en imponderables tales como vientos, obstáculos diversos, etc. Si por ejemplo en forma experimental obligamos a las abejas a encontrar una fuente de alimento caminando, mediante un pasillo bajo que impida a la abeja volar, vemos que también a su regreso las abejas ejecutan sus danzas. Pero mientras que las abejas que encuentran una fuente de alimento volando pasan de la danza circular a la de meneo a los cincuenta-cien metros de distancia de la colmena, con las que van caminando ocurre lo mismo, solo que a una distancia de tres cuatro metros. ¿Qué significa esto? Si medimos el gasto de energía en ambos trabajos en función del consumo de azúcar contenido en la hemolinfa, vemos que en los dos casos es el mismo. Esto demuestra que para las abejas, recorrer un trayecto caminando es mucho más fatigoso que recorrerlo volando, y que el paso de la danza circular a la de meneo no está dada exclusivamente en función del trayecto recorrido, sino por el trabajo realizado.
Hasta aquí hemos considerado a la danza de meneo como expresión de la distancia a la fuente de alimento. Pero, como bien dice el autor, “resultaría de escaso interés para las abejas el saber que existe a unos dos kilómetros de distancia un tilo en flor, si al mismo tiempo no pudieran indicar la dirección aproximada en que deben realizar la búsqueda”. En realidad, y como no podría ser de otra manera, dicha dirección se encuentra incluida en la danza de meneo. Ya al estudiar von Frisch estas danzas que las abejas ejecutaban en la colmena sometida a observación, veía cómo las abejas que llegaban del campo recorrían el trecho recto de la danza en distintos sentidos. Sospechó von Frisch de que este hecho guardaba estrecha relación con la dirección de la fuente de alimento. En efecto, las danzas de las abejas que cosechan en un mismo lugar tienen todas igual orientación en su trayecto recto. Pero observó que esta orientación cambia con el transcurso del día y con el ángulo de desplazamiento de los rayos solares. Supuso entonces que la abeja danzarina para indicar la dirección  del alimento tomaba de algún modo la posición del sol  como punto de referencia. Por medio de una serie de experimentos sistemáticamente correlacionados, von Frisch pudo demostrar que esto es realmente así. Pero antes de entrar en detalles digamos primeramente que las abejas utilizan dos variantes para indicar la dirección de la fuente de alimento, según la danza se realice sobre los panales dispuestos verticalmente en la colmena, caso más común, o con menor frecuencia sobre superficies horizontales como por ejemplo sobre la tablilla de vuelo. Esta última expresión es quizás la más antigua desde el punto de vista filogenético y aún se encuentra en algunas abejas primitivas. En este caso la abeja que ejecuta su danza al aire libre sobre la tabla de vuelo o sobre un panal colocado ex profeso horizontalmente, indica directamente, en el trecho que recorre en línea recta, la dirección de la meta a igual que si nosotros señalaríamos una dirección con el brazo.  Las abejas, a igual que muchos otros insectos, durante el vuelo mantienen un determinado ángulo con respecto a la posición del sol para de esta manera mantener una trayectoria rectilínea. 
Cuando una abeja sale en vuelo de su colmena hacia el campo, memoriza la posición del sol. Luego al regresar a la misma y ejecutar la danza de meneo, dicha abeja, al trazar la parte recta de la danza, se coloca en el mismo ángulo respecto al sol que anteriormente había fijado. De esta manera la abeja señala directamente la meta. Las abejas que siguen de cerda esta danza, memorizan el ángulo que su compañera danzarina está trazando para luego ser conservado en vuelo. Como habíamos apuntado anteriormente, esta forma de indicar la dirección solamente se da cuando la danzarina ve directamente el sol o un trozo de cielo azul, estando la misma sobre un plano horizontal como la tabla de vuelo o un panal colocado así ex profeso. Pero, en el interior de la oscura colmena, las abejas no ven ni el sol  ni los panales están colocados horizontalmente. ¿De qué manera entonces las abejas indican la dirección? Aquí las abejas utilizan la otra variante de la información: traduce el lenguaje expresado en sensaciones visuales por el de la fuerza de gravedad. Los insectos en general, y en nuestro caso la abeja, tienen una sensibilidad extraordinaria con respecto a dicha fuerza. La abeja, por ejemplo, hace uso de ella en todo momento, especialmente en la construcción de panales. En la danza de meneo, ejecutada en el interior oscuro de la colmena y sobre los panales verticales, las abejas trasladan la línea recta de los rayos solares en dirección de la fuerza de gravedad en la verticalidad del panal. De este modo, todo ángulo marcado con esta vertical y el recorrido recto de la danza, corresponde a la dirección de la meta fijada. Así por ejemplo, si la abeja en su trayecto recto se dirige hacia arriba, coincidiendo con la vertical de la gravedad, o sea en contra de la misma (0°), la meta debe buscarse en la dirección del sol entre la colmena y este último. Un ángulo de 90° marcado en el panal indicará que la fuente de alimento  se encuentra en ángulo recto con el sol, a la derecha de la colmena teniendo como vértice a la misma. Si la abeja danzarina durante el trayecto recto señala hacia abajo en línea vertical, coincidiendo con el sentido de la gravedad (180°), entonces la meta se encuentra en la misma dirección y en el mismo sentido que los rayos solares. Para un ángulo de 270° la búsqueda se orientará a un ángulo recto hacia la izquierda de la colmena mirando al sol, y así para cualquier ángulo trazado por la danzarina en el panal. En una palabra, hacen exactamente lo que harían si danzaran sobre un plano horizontal, con la salvedad de que ahora los rayos solares equivalen a la dirección de la gravedad. El ángulo percibido en la oscuridad de la colmena por las abejas que se encuentran cerca a la danzarina, merced al extraordinario sentido de la dirección de la gravedad, es transportado por dichas abejas al salir en vuelo de la colmena en ángulo sobre el plano horizontal de los campos formado por los rayos solares, la colmena y la fuente de alimento. Los ojos facetados de las abejas, compuestos por miles de omatidios, son medidores precisos de ángulos, lo que les permiten orientarse a distancia sin ninguna dificultad.
Pero las abejas no solamente danzan cuando encuentran una fuente de néctar, sino que también lo hacen cuando descubren una fuente de polen. Danzan además para indicar un lugar en donde recoger agua, en donde encontrar resina de los árboles para fabricar propóleos, y sobre todo danzan en el enjambre cuando las exploradoras han encontrado un lugar apropiado para establecerse.
En el caso de las abejas recolectoras de polen las danzas que efectúan para comunicar una fuente, son las mismas que para el néctar: danzas circulares para hallazgos cercanos y danzas de meneo para los lugares lejanos. En lo demás se guían, a igual que las recolectoras de néctar, por el aroma de las flores y polen que han visitado. El polen de cada especie, a igual que el néctar, tiene un aroma característico que la abeja discrimina fácilmente. Por lo tanto, las pelotitas de polen, junto el aroma de los pétalos de las flores que han visitado, constituyen los indicadores de que se valen las danzarinas para comunicar una fuente de polen.
En las danzas del enjambre las exploradoras que han encontrado un lugar conveniente para establecerse, al retornar comunican su hallazgo a las demás abejas mediante las danzas ya conocidas que ejecutan en la superficie del racimo de abejas. De acuerdo a los lugares encontrados por las distintas exploradoras, las danzas son más o menos vivaces. Así por ejemplo, una morada conveniente para ellas es anunciada con más vehemencia en las danzas que otra de menor calidad. De manera que las danzarinas que bailan con más frenesí por haber hallado un lugar mejor, van ganando cada vez más adeptas, hasta que llega un momento en que la mayor parte de las abejas danzan a un mismo ritmo y hacia el mismo lugar. En este momento el efervescente enjambre levanta vuelo hacia la meta señalada guiado por las abejas que ya conocen el paraje y valiéndose del olor esparcido por el aire de las glándulas de Nasanoff que dichas abejas ponen en funcionamiento.
Hasta aquí hemos reseñado en forma sucinta el apasionante submundo del “lenguaje” de las abejas. Ahora bien, algunos se preguntarán que utilidad práctica tendrá para el apicultor conocer este “lenguaje”. Para esta respuesta nada mejor que transcribir nuevamente palabras de von Frisch: “Quien visita tierras y pueblos dominando el lenguaje que en ellos se habla, viaja mucho mejor y consigue mayores beneficios de su viaje que los visitantes que no conocen la lengua del país”. Efectivamente, el apicultor que entiende el “idioma” de las abejas y sabe “hablar” con ellas, tiene la posibilidad de obtener un mejor beneficio que aquel que ignora ese trato. En efecto: ya hace muchos años que se viene aplicando con singular éxito en determinados países este principio de guiar a las abejas a una determinada meta mediante aromas florales. Esto se hace bien ya sea para incrementar la cosecha de miel mediante un mejor aprovechamiento de las flores melíferas, o bien, y aquí el método de la incitación olfativa reviste mayor importancia, para la polinización de determinado s cultivos.
Pero, al margen de toda utilidad práctica, y para cerrar este artículo con palabras de von Frisch, después de todo “el conocimiento puro, liberado de toda aspiración terrenal a una utilidad práctica, ¿no es el que nos depara los más depurados goces”?  

Extraído de: “Karl von Frisch y la Danza de las Abejas” por Nelso A. Torresi. Rev. “Gaceta del Colmenar”. Tomo XLI, N° 471, Julio 1979, pág. 326-335.
http://openagricola.nal.usda.gov/Record/IND80048993 

NOTA: Faltan las imágenes que serán colocadas a la brevedad.

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